un mensaje de parte de Dios, gritó: “¡Santa Ana, ayúdame, y me haré monje!”. Lutero creía que a Dios había que temerle y tenerle complacido. Este temor atroz llegó a su clímax el día que tuvo que servir su primera Santa Cena. Pensó que tener en sus propias manos el mismísimo cuerpo y la mismísima sangre de Cristo era demasiado para él. Cuando llegó a la oración, no pudo seguir. Se quedó congelado. La congregación empezó a murmurar preguntándose qué le había ocurrido, pues le caían grandes gotas de
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